Vistas así las cosas y a esa distancia, parece como si no hubiera transcurrido el tiempo.-me refiero a la primera fotografía- Sin embargo, una inocente lupa me lleva a la cruel realidad: los años no perdonan y la piel no lo resiste.
Viene esta introducción a cuento de que visité Melilla por vez primera en viaje de novios. Recorríamos Andalucía y al llegar a Málaga se nos ocurrió atravesar el estrecho -sería nuestro primer vuelo- y conocer la ciudad melillense. Estoy hablando de hace casi cuarenta años. Los hará el próximo febrero.
Lo poco que yo recuerdo de aquella ciudad ubicada en el norte de África eran sus destartaladas calles sin asfaltar, moros y cristianos deambulando sin rumbo y casi sin sentido. Un olor pestilente, suciedad, miseria, pobreza. Recuerdo habernos alojado en un "hotel" donde, para tomar un baño había que bajar por una interminable y fría escalera hasta unos recintos extrañísimos. Todo era triste y no invitaba a permanecer allí. Una noche de estancia bastó. La imagen de Melilla era borrosa y casi inapreciable para mí.
Por eso, arribar hoy a Melilla ha sido una de las más gratas sorpresas que he recibido en mucho tiempo. Para empezar, he descubieerto una ciudad modernista, con aires cosmopolitas, de impecable trazado en calles y plazas de las que emergen importantes edificios construidos a principios del siglo XX cuando la ornamentación se cuidaba en formas y volúmenes. Se apostaba fuerte por esta ciudad que avanzaba firme hacia la modernidad. Hoy los fondos europeos han hecho el milagro. Como ha ocurrido con otras ciudades españolas, a Melilla se le ha lavado la cara: se han rehabilitado fachadas y edificios, se han logrado nuevas infraestructuras, se han embellecido parques y jardines, se ha dotado de moderno mobiliario urbano y la ciudad es una belleza.
Melilla ha aprovechado su situación privilegiada, geográfica y económicamente y se ha convertido en una ciudad de grandes posibilidades turísticas al reunir todas las condiciones que se requieren para que así sea: historia y modernidad, multiculturalidad, sabores gastronómicos, aventuras en el desierto, deportes naúticos, excelentes compras, espléndidos hoteles, diversión y un larguísimo etcétera. Y todo ello junto a unas playas de finísima arena blanca y unas aguas transparentes y cálidas.
Y mientras sucede todo esto, Melilla prepara su futuro para convertirse en Patrimonio de la Humanidad porque antes que un derecho es un deber para que así sea. Argumentos le sobran: bienes materiales sustanciados en valores Modernistas, arquitectura y urbanismo, sus recintos fortificados de los S.XVI y XVII; bienes inmateriales como son la convivencia pacífica de diferentes etnias y religiones como la musulmana, judía, bereber, cristiana e hindú.
Y a todo esto se suman los bines especialmente recomendados por la UNESCO como son los bienes NATURALES, como por ejemplo las islas Chafarinas.
Melilla es una ciudad con una calidad de vida altísima y con un poder adquisitivo medio alto que permite a sus ciudadanos vivir como al resto de los ciudadanos europeos, pero con una ventaja añadida, estar a dos pasos de Europa y de Africa y disfrutar de ambos continentes como gusten.
Sin duda, la FEPET, acertó al elegir Melilla para celebrar allí su XXVIII congreso nacional.