Villa Balmarana
José Luís Pecker y Matilde, entrañables amigos, desaparecidos, posando en el centro de Vicenza
Ana y Silvia
Llegamos a Vicenza
cuando caía la tarde y el sol doraba villas y palacios. Una sensación, casi
mágica, envolvía el ambiente ambarino del atardecer mientras las hermosas
columnas dóricas, jónicas o corintias que embellecen muchas de las fachadas de
los edificios, alargaban su sombra en un intento de prolongar la luz solar que
se extinguía por momentos.
La misma calma que envolvía a la ciudad parecían tener los
transeúntes que caminaban por las calles en aquella hora crepuscular. Un cúmulo
de perfección, orden, armonía y belleza imprimía carácter a la ciudad.
Y fue Vicenza, en la región del Veneto, la primera ciudad que me descubrió Italia
hace ya algunos años en mi primer Congreso de FEPET y allí me percaté de que
esta ciudad es diferente a otras ciudades italianas mucho más famosas y
conocidas y que rompía con todos los tópicos de la vieja Italia, porque en
Vicenza todo es mesura y pulcritud, silencio y seriedad, nada que ver con ese
bullicio de esas otras ciudades como Roma, Milán, Nápoles o Florencia, atestadas
de turismo por doquier.
Decían los griegos que la armonía es la medida de todas las
cosas y la armonía ha de interpretarse como paradigma de belleza. Y fueron,
precisamente, los griegos, con su arte y su filosofía, los que influyeron para
siempre en el ánimo del joven arquitecto
Andrea Palladio quien, bajo el mando del Conde Trissino, fue el encargado de
diseñar la arquitectura de las villas y edificios palladianos, todos ellos
Patrimonio de la Humanidad para orgullo de los vicentinos en particular y de
los italianos en general.
En Vicenza fue donde se inició este gran arquitecto como
profesional y en la mejor e inspirada época de su vida cuando todavía estaban
muy presentes en él toda la filosofía de la Grecia Clásica cuando la veneración
por la perfección y la armonía convertía en máxima cualquier intento creativo y
perdurable a través de los siglos. Desde hace 400 años el arte de Paladio se
plasmó en la provincia de Vicenza, en el mismo “Cuore del Véneto” y desde
entonces arquitectos de todo el mundo han viajado a Vicenza para contemplar esa
armonía de líneas y de formas que confiere a todas las villas vicentinas que se
encuentran repartidas por el Véneto.
La Basílica Palladiana en el
centro de Vicenza, es el punto de encuentro y lugar de representaciones
populares. El Teatro Olímpico, maravilla del mundo, roza el límite de la
sublime perfección. Las bellísimas Villa Trissino Tettenero, Villa Caldogno,
Villa Valmarana entre otras, conforman
una sinfonía arquitectónica que hace, en su conjunto, un lujo que se extiende y
embellece tanto en la campiña como en la ciudad. Una visión inenarrable que
trasciende la natural contemplación. Todo ello es, solamente, una pequeña
muestra de toda la arquitectura que se puede encontrar y admirar en esta provincia
privilegiada que disfruta de un envidiable nivel de vida al que aspira toda
Italia, al “Modelo Véneto”.
Muchas de estas villas
palladianas que, otrora fueran residencias veraniegas de antiguos nobles y
aristócratas, en la actualidad, abren sus puertas y se ofrecen generosamente en
las noches de estío o en las espléndidas primaveras cuando los cerezos adornan
con su encaje blanco la campiña para ofrecer espectaculares “conccerti in
villa” donde los violines o las trompetas, junto a los demás instrumentos,
interpretan a Mozart, Hendel, Brahms, Tchaikovsky y otros compositores, para deleite de los espectadores. Un ambiente
donde la luna, las estrellas, los cerezos y el ánimo de los asistentes hacen el
resto.
Pero no sólo es el arte, la
música o el ambiente lo que más atrae de Vicenza. Es también su industria que
se traduce en excelentes productos de primera calidad como son los muebles, los
tejidos, la metalurgia ligera o pesada, la orfebrería.
El sector agroalimentario podría
calificarse de exuberante, tal es la variedad que se ofrece a los ojos y al paladar. Desde las ya citadas cerezas
marosticanas, extraordinarias, los espárragos blancos, deliciosos, cocinados de
las mil maneras posibles, el orujo o las famosas grapas, los vinos en general,
los quesos, envidiados en toda Italia, hasta las fritadas de pescados y
mariscos, el bacalao, las multicolores pastas, sencillas y diferentes, todo
ello, es solamente una parte de lo mucho que ofrece este sector y que sería
imposible de relacionar aquí.
Y también merece un destacado
lugar el sector textil que ocupa un privilegiado lugar en la confección porque,
no en vano, en Vicenza se fabrican todas las prendas de los más afamados
diseñadores europeos que triunfan en los mercados internacionales. La saneada economía
de Vicenza no lo es por casualidad, sino por un compendio de actividades que se
cuidan con rigor y profesionalidad. La artesanía es un buen ejemplo de ello y
se tiene muy presente a la hora de sacar cualquier pieza al mercado. La belleza
es una constante en Italia y el Véneto un lujoso escaparate. Hay que
reconocer la “vena” artística del
italiano porque ni la improvisación ni el azar tienen nada que hacer en la
forma de trabajar de estos artesanos de lujo.
Vivir para soñar en el Véneto.
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