Son las Islas Afortunadas y la fortuna climática se adueñó de ellas e hizo que fueran pobladas por gentes de Centroeuropa, por gentes de cualquier rincón del mundo. Para los españoles, las Canarias están alejadas físicamente pero muy próximas en el sentir unánime de la emoción, por eso ir a las islas es como doblar la esquina de nuestra manzana y toparse con ellas.
Por suerte conozco las islas una a una, pateándolas desde su epicentro hasta la costa más hostil, las conocía sí, pero casi no las había disfrutado, apenas había probado sus cálidas aguas. En esta ocasión mi visita ha sido para atisbar, con cuerpo y mente, el paraíso que anida en ellas, para probar que el arte que brinda su naturaleza corre paralelo al arte y a la cultura legada por sus hijos. Gran Canaria es hoy ese lugar cosmopolita en el que se mezclan la sofisticación y lo pueblerino, donde conviven lujosas infraestructuras hoteleras con pequeños habitáculos afincados en las playas para disfrute de los menos exigentes. Cada pueblecito una sorpresa, cada rincón una joya, cada plazoleta un brindis al folclores y al arte, cada noche un embrujo de estrellas y luna.