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3 de marzo de 2010

Madrid, siempre Madrid


















Madrid, ¿qué se puede decir de una ciudad en la que nadie se siente forastero?
Pasear sus calles o escrutar sus rincones, siempre resulta sorprendente, aunque se vean las mismas plazas o placitas, amplias avenidas o calles recónditas e inverosímiles. Siempre esa visión cosmopolita y castiza a la vez que estimula y agrada. El trompetista en la misma esquina del Palacio de la Ópera, los jardines del Palacio Real al frente, se va la imaginación a la boda de Letizia y el Príncipe Felipe, se va la imaginación a la mismísima historia de España, a los Austrias, se va la vista a las mangíficas estatuas de los numerosos reyes de España, allí, erguidos sobre sus pedestales, aguantando el frio y el calor, escuchando los murmullos de los enamorados o de los pobres parias que duermen en la calle sobre un helador banco de piedra. O esa familia de amorosos gatitos que hacen las delicias de los usuarios que esperan el tren de cercanías en la estación de Príncipe Pío.

Madrid, entre la nostalgia del pasado y el esplendoroso presente.

Madrid, siempre Madrid.