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12 de mayo de 2012

El monasterio de la Vírgen de Hozoviotissa







Incustrado en la roca como si ya formara parte de la misma, el Monasterio bizantino de Chozoviotissa, del siglo XI, lo separan 300 metros de altura sobre el nivel del mar Egeo. En estos momentos el equipo responsable de la Unesco, trabaja para que se incluya en el mismo y sea Patrimonio de la Humanidad. El monasterio se encuentra en la Isla de Amorgós en Grecia y su espectacularidad, tanto por su estructura como por su ubicación, no deja a nadie indiferente. Podemos imaginar los argumentos que se barajan para que este templo pase a ser patrimonio de todos y podemos imaginar también que el más importante de ellos sea la fe, una fe que ahora está en retroceso pero que gracias a ella podemos asombrarnos con su contemplación.

Cuenta la leyenda que un día llegó a los pies del acantilado una barca sin nadie a bordo, solamente un pequeño icono con la imagen de la Virgen María en el fondo de la misma. Tal vez algún devoto cayó al mar dejando a la imagen a la deriva dentro de la barca. Dicen que, tal vez, una piadosa mujer habría querido salvar la imagen de los iconoclastas. La mujer podría ser originaria de Chotiva o Koziva, una ciudad de Tierra Santa y de ahí el origen del nombre del monasterio. De esta bonita leyenda, parte el motivo por el que se construyó. 

Pero sigamos con la leyenda. Los habitantes del lugar, para albergar el icono, decidieron construir en el mismo lugar una iglesia, justo al borde del mar, pero cuando estaba en plena construcción, un golpe de mar la destruyó aunque, milagrosamente se salvaron las herramientas que aparecieron a mucha más altura donde se encontraban, en un lugar totalmente inaccesible. Asombrados debieron quedarse cuando vieron que el cincel del maestro estaba clavado en la roca, en el lugar exacto donde debería construirse el monasterio y donde se encuentra en la actualidad. 

La fe de aquellas sencillas gentes hizo el milagro y la fe es lo que convierte el lugar en Patrimonio de la Humanidad. 

Dicen que la fe mueve montañas y se puede decir también que la fe rompe rocas, las amolda a su deseo y las transporta a 300 metros de altura sobre una playa inhóspita sin medir el sobreesfuerzo que supuso la construcción del monumento en época tan pretérita. Su fundación se remonta a 1017, aunque no sería hasta el 1088 cuando es verdaderamente fundado por el emperador bizantino Alejo I Commeno.

El edificio tiene una altura de 45 metros, mientras que su máxima anchura es de 4,6 m. Tiene, por tanto, una sola pared. Sus ventanas miran al Egeo, de diferentes tamaños y distribuidas de forma irregular. Está pintado de blanco como todas las casas de la isla y su blancura contrasta con el gris rojizo del acantilado lo que hace de él una fantasmagórica visión. Son 700 metros en total desde el borde del mar hasta su máxima altura. Dos enormes contrafuertes son los responsables de que el edificio pudiera escurrirse hacia abajo. Su robustez es más que evidente. 

Durante casi diez siglos estuvo habitado por un centenar de monjes aunque a partir de 1989 solamente lo habitan dos. 

Puede visitarse con normalidad respetando la vestimenta. Hay que salvar un número de peldaños, unos 600, pero muy abiertos lo que hacen el acceso cómodo. La entrada es a través de una puerta de mármol que nos conduce a una escalera angosta e irregular que lleva a los niveles superiores. En el más alto se encuentra la capilla con sus iconos, donde no podía faltar el milagroso y protagonista del Monasterio, además de valiosos manuscritos. Las mujeres no pueden llevar pantalones para lo cual, a la entrada hay unos pañuelos que se pueden utilizar para cubrir el cuerpo. 

Hay una hermosa terraza desde donde se divisan bellísimas vistas del siempre tranquilo mar Egeo, por aquél lugar, sin ningún atisbo de embarcaciones. Todo es silencio, solo el rumor del mar y las gaviotas protagonistas. Desde las ventanas también se divisa el mismo espectáculo. Los monjes comparten con las visitas sus licores y los típicos dulces elaborados por ellos. Una pequeña huerta les provee de hortalizas. Las gallinas picotean y los gatos toman el sol indiferentes. 

La isla de Amorgós tiene una superficie de 131 km2 y cuenta con 360 capillas bizantinas lo que demuestra el fervor de estas gentes sencillas que viven de sus propios recursos. Desde hace diez años se ha empezado a conocer y a visitar gracias a la iniciativa de Irene Giannakopulos, una mujer emprendedora que ha sabido crear griega que apuesta por la isla consciente de que en ella se encuentra.
En la isla de Amorgós, de tan solo 131 km2, podemos encontrar 360 capillas bizantinas lo que demuestra el fervor de estas gentes sencillas que viven de los propios recursos y son conscientes de su patrimonio como es el caso de Irene Giannakopulos, fundadora de YPERIA, Convención Internacional de Turismo Sostenible y Preservación Protección de la Naturaleza que se viene desarrollando desde hace 10 años y que ha hecho posible, ayudada por los jerarcas eclesiásticos de la isla y expertos de la Unesco como el arquitecto italiano Giorgio Martini que el Monasterio de HOZOVIOTISSA sea patrimonio de todos.

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