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28 de julio de 2007

San Agustín (Gran Canaria)


























Sus aguas son cristalinas y sus arenas negras. Surgieron de las entrañas de la tierra, emergiendo de erupciones volcánicas. Las costas son áridas, secas, pedregosas, repletas de "malpaís" por donde sólo transitan cabras, pero también de esa aridez surge una vegetación carnosa, voraz, hinchada de humedad como el cáctus y otras especies que se defienden del intruso por lacerantes pinchos. Todo es color sobre las piedras volcánicas, todo es dulzor de frutos, todo es silencio como el silencio uniforme de las siestas. Pero si la periferia de cualquiera de las islas del archipiélago canario es seco y hostil, el interior es mansedumbre de hilbanados bosques de laurisilvas, de coníferas, de cascadas y riachuelos, de abruptas cuevas e inverosímiles gargantas por donde se percibe el eco de miles de sinfonías de pájaros interpretadas por aves sin nombre que se escriben sobre el viento, sin partitura ni pentragrama.
Son las Islas Afortunadas y la fortuna climática se adueñó de ellas e hizo que fueran pobladas por gentes de Centroeuropa, por gentes de cualquier rincón del mundo. Para los españoles, las Canarias están alejadas físicamente pero muy próximas en el sentir unánime de la emoción, por eso ir a las islas es como doblar la esquina de nuestra manzana y toparse con ellas.
Por suerte conozco las islas una a una, pateándolas desde su epicentro hasta la costa más hostil, las conocía sí, pero casi no las había disfrutado, apenas había probado sus cálidas aguas. En esta ocasión mi visita ha sido para atisbar, con cuerpo y mente, el paraíso que anida en ellas, para probar que el arte que brinda su naturaleza corre paralelo al arte y a la cultura legada por sus hijos. Gran Canaria es hoy ese lugar cosmopolita en el que se mezclan la sofisticación y lo pueblerino, donde conviven lujosas infraestructuras hoteleras con pequeños habitáculos afincados en las playas para disfrute de los menos exigentes. Cada pueblecito una sorpresa, cada rincón una joya, cada plazoleta un brindis al folclores y al arte, cada noche un embrujo de estrellas y luna.