Hay lugares a los que se quiere volver una y otra vez pese a
haberlos visitado en numerosas ocasiones. Y se desea volver, precisamente, porque sabemos lo que nos vamos a encontrar:
un paisaje limpio, sin contaminación, unas gentes sencillas, unos pueblecitos
impolutos a los que pintan con flores el suelo de sus calles, a veces hasta las
paredes de piedras en el campo. Me estoy
refiriendo a la pequeña isla griega de Amorgós, situada en la parte más
suroriental de las Cíclades, un lugar ajeno a las corrientes turísticas y a las
masificaciones, un lugar al que solo se puede acceder en barco desde el Pireo
tras ocho horas de navegación en un Ferry que es casi tan grande como la propia
isla donde una se pierde entre salas de televisión, restaurantes o cafeterías,
enormes cubiertas y terrazas. Una travesía de ocho horas pero que se pasan en
un voleo. No en vano la navegación nos lleva por las legendarias Paros o Naxos,
localidades de casitas blancas, deslumbrantes, sobre el fondo terroso de las
islas. El sol lo cubre todo; el cielo, la tierra, el mar. Una belleza
desmesurada para lugares mágicos. En Amorgós apenas se nota la crisis porque
siguen viviendo como lo hacían pretéritas generaciones, utilizando al máximo
todos los recursos que da la isla. Son expertos en la elaboración de queso de
cabra, en perfumes; cuyos aromas provienen de las miles de plantas que da la
tierra y que sus habitantes conocen a la perfección. Plantas que utilizan tanto
como medicinas, especias
o para la elaboración de perfumes. Allí, en el complejo hotelero de
Irene Giannakopulos muestran al viajero cómo se hacen salsas, pastas,
exquisitos manjares, para demostrarnos que la salud de sus gentes viene de
largo, viene de una calidad de vida que
no da ni el exceso de consumo, ni la tecnología, ni los avances científicos,
sino gracias a una vida sencilla y al
consumo natural sin aditivos ni contaminantes. Sí, Amorgós es ese lugar al que
se desea volver aunque no se espere nada nuevo.
Uno de los lugares imprescindibles, visita obligada, que nadie puede perderse, es el Monasterio de
Chozoviotissa, un monumento incrustado en un enorme farallón a 300 metros sobre
el nivel del mar. Este monasterio, del siglo XI, pasará en breve a ser
Patrimonio de la Humanidad. Un equipo responsable de la Unesco trabaja para que
así sea. El monasterio se encuentra a pocos kilómetros de Amorgós y llama poderosamente la atención su espectacularidad,
tanto por su estructura como por su ubicación. Cuando se contempla, se pueden imaginar los argumentos que esgrime la UNESCO
para que sea patrimonio de todos; y uno de ellos, tal vez el más importante, la
fe, una fe que ahora retrocede pero que gracias a ella podemos asombrarnos con
su contemplación.
Cuenta la leyenda que un día llegó a los pies del acantilado
una barca sin nadie a bordo, solamente un pequeño icono con la imagen de la
Virgen María en el fondo de la misma. Tal vez algún devoto cayó al mar dejando la imagen a la deriva dentro de la barca.
Dicen que, tal vez, una piadosa mujer habría querido salvar la imagen de los
iconoclastas. La mujer podría ser originaria de Chotiva o Koziva, una ciudad de
Tierra Santa y de ahí el origen del nombre del monasterio. De esta bonita
leyenda, parte el motivo por el que se construyó.
Pero sigamos con la leyenda. Los habitantes del lugar, para
albergar el icono, decidieron construir allí, en el mismo punto, una iglesia,
justo al borde del mar, pero cuando estaba en plena construcción, un golpe de
mar la destruyó aunque, milagrosamente se salvaron las herramientas que
aparecieron a mucha más altura de donde se encontraban, en un lugar totalmente
inaccesible. Asombrados debieron quedarse cuando vieron que el cincel del maestro
estaba clavado en la roca, entendiendo que ese sería el lugar exacto donde debía construirse el monasterio. Y allí es donde se
encuentra en la actualidad, para que se cumpla aquello de que “la fe mueve
montañas” y se puede añadir que la fe rompe rocas, las amolda a su deseo y las
transporta a 300 metros de altura sobre una playa inhóspita sin medir el
sobreesfuerzo que supuso la construcción del monumento en época tan pretérita. Se
cree que la fundación de este monasterio se remonta al año 1017, aunque no sería hasta el
1088 cuando es verdaderamente fundado por el emperador bizantino Alejo I
Commeno.
El edificio tiene una altura de 45 metros, mientras que su
máxima anchura es de 4,6 m. Tiene, por tanto, una sola pared. Sus ventanas, de diferentes tamaños, miran al Egeo y se distribuyen de forma
irregular. Está pintado de blanco como todas las casas de la isla y su blancura
contrasta con el gris rojizo del acantilado lo que hace de él una
fantasmagórica visión. Son 700 metros en total desde el borde del mar hasta su
máxima altura. Dos enormes contrafuertes
son los responsables de que el edificio se deslice por la pendiente. Su
robustez es más que evidente. Durante casi diez siglos estuvo habitado por un
centenar de monjes aunque a partir de 1989 solamente lo habitan dos.
Puede visitarse con normalidad respetando la vestimenta. Hay
que salvar un número de peldaños, unos 600, pero muy abiertos, lo que hacen el
acceso cómodo. La entrada es a través de una puerta de mármol que nos conduce a
una escalera angosta e irregular que lleva a los niveles superiores. En el más elevado
se encuentra la capilla con sus iconos, donde no podía faltar el milagroso y
protagonista del Monasterio además de
valiosos manuscritos. Las mujeres no pueden llevar pantalones para lo cual, a
la entrada facilitan pañuelos que utilizar
a modo de vestido para cubrir las piernas.
Hay una hermosa terraza desde donde se divisan bellísimas
vistas del siempre tranquilo mar Egeo, por donde, ni siquiera, se ven
embarcaciones. Todo es silencio, solo el rumor del mar y las gaviotas son protagonistas.
Desde las ventanas también se divisa el mismo espectáculo. Los monjes comparten
con las visitas sus licores y los típicos dulces elaborados por ellos. Una
pequeña huerta les provee de hortalizas. Las gallinas picotean y los gatos
toman el sol indiferentes.
La isla de Amorgós tiene una superficie de 131 km2 y cuenta
con 360 capillas bizantinas lo que demuestra el fervor de estas gentes
sencillas que viven de sus propios recursos. Desde hace diez años se ha
empezado a conocer y a visitar gracias a la iniciativa de Irene Giannakopulos,
una mujer emprendedora que ha sabido impulsar la isla mediante un complejo
turístico al que llegan viajeros de todo el mundo.
1 comentario:
bonito :)
e havia sol
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