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6 de noviembre de 2010

Cantabria Infinita



















Algo tienen estos paisajes para haberse ganado ese distintivo de infinitud. Cantabria, dicen, es infinita porque la vista se alarga en la contemplación y se hace imposible abarcar el paisaje que ofrece. Es el mar en Santillana del Mar, en San Vicente de la Barquera, en Comillas. O es la montaña preñada de cuevas y de misterios. Dicen que la cornisa cantábrica es un túnel interminable, infinito, que abarca el norte peninsular, desde el mismo punto en que comienzan los Pirineos, hasta las abruptas costas gallegas donde el Cantábfico confunde sus aguas con las del Atlántico. La Cueva del Soplao, una antigua mina construida a lo largo de millones de años conformando estalactitas y estalagmitas de las más inverosímiles formas. No se sabe si por las corrientes de aire o por otras causas, en esta cueva del Soplao esas estalactitas son caprichosas y, de pronto, se escapan y huyen haciendo un recorrido zigzagueante, de izquierda a derecha, formando estrellas, lanzas, rayos brillantes y sugerentes que despiertan la curiosidad de los visitantes.

La Cueva del Castillo, fantasmagórica y espectacular. Sus formaciones han conseguido hermosos templos donde el gótico se iza orgulloso apuntando en esbeltas agujas. Figuras, casi humanas, formando grupos de mujeres que se desplazan cubiertas en sus mantos y que nos recuerdan a las mujeres del Islam. A medida que se avanza a través de la gruta los ojos van acostumbrándose a la fascinación, en cada rincón, en cada recodo del camino.

La Cueva de Altamira, ahora inaccesible al turista para evitar su deterioro. Una perfecta réplica recrea a la perfección sus famosas pinturas, abigarradas y coloristas que decoran en su totalidad el techo. Muchas son las conjeturas y las divagaciones sobre las personas que, hace millones de años, dejaron allí, grabajo en piedra, su arte y sensibilidad.

Las cuevas de Cantabria están declaradas por la Unesco, Patrimonio de la Humanidad, por su belleza única y porque la mano del hombre hizo que cambiara la historia de la humanidad y su posterior concepción.

Cantabria abre los brazos al mundo desde los Picos de Europa, imponente macizo que cambia de color pasando del violeta, al blanco, o al tenebroso gris. Y todo en unos momentos. El macizo se viste con sus mejores galas en invierno cuando la nieve ciega los ojos y el sol se oculta en el horizonte.

Cantabria es infinita y desmesurada, por sus paisajes, por esos pueblecitos donde las casas de piedra preñan balcones y ventanas con las más deslumbrantes flores. Los prados inmensamente verdes lo rodean todo, lo abrazan, mientras las vacas, las ovejas o los caballos ponen una nota pintoresca y bucólica en el paisaje.

En Cantabria todo es natural, incluso en Cabárceno, donde los animales viven naturalmente aunque nos dicen que su habitat es de semilibertad, sin embargo, ancha es Cantabria, ancho es Cabárceno; y los leones, las cebras, las jirafas, los elefantes, las avestruces o los ciervos, entre otras muchísimas especies, deambulan a placer sin molestarse, pacíficamente.

Cantabria y Santander, una de las ciudades más bellas de la Península Ibérica, con su importante puerto, donde parten los barcos hacia diferentes destinos del mundo. Santander, el arte, la cultura, la modernidad, la tecnología, la gastronomía. En Cantabria, los mejores productos del mar, las mejores carnes, la más exquisita elaboración. La generosidad de sus gentes, todo es en este lugar de España, infinito.

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