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22 de octubre de 2010

San Petesburgo























Asombro. Ésta es la primera impresión que ofrece la ciudad cuando se llega a ella por vez primera. Asombro ante tanta belleza junta, ante tanta grandiosidad, ante tanto arte y buen gusto.

San Petesburgo, seis millones de habitantes, ciento una islas, más de cuarenta ríos e innumerables y bellísimos puentes que llevan al atónito viandante de un palacio a otro, de una catedral a otra, de un monumento a otro. Una ciudad sobria y, asombrosamente, silenciosa y pulcra. Todo es belleza, todo es admiración. Fue el poeta ruso, a principios del siglos XIX, Konstantin Bátlushkov quién exclamó: ¡Qué ciudad! ¡Qué río! ¡qué belleza de edificios! ¡Fíjense qué unidad y cómo cada parte corresponde al conjunto!

Una ciudad donde se confabularon ideas y pensamientos transportados a planos.

Dicen que San Petesburgo abrió sus puertas a todos aquellos que fueron invitados a participar de su creación y fueron aquellos que llegaron de todos los puntos de Europa para que San Petesburgo nos recuerde a Venecia, a París, a Ámsterdam, a Londres, incluso a la legendaria Estambul. Los recuerdos nos llevan a todos estos lugares pero San Petesburgo es pura singularidad. Y también llegaron pintores, arquitectos, escultores, grabadores, para que las bellas artes dejaran su imborrable sello.

No han podido con esta deslumbrante ciudad, ni sus peores enemigos que intentaron borrarla de la faz de la tierra, ni las tres espantosas inundaciones que se repetían con fatalidad cada siglo, en 1724, 1824 y 1924. Pareciera que la maldición se cerniera sobre la ciudad. Pero San Petesburgo sobrevivió y luce armoniosa para asombro de propios y extraños.

¿Dónde mirar, dónde dirigir los pasos? Comencemos por la Plaza del Palacio del Eermitage, antiguo palacio de invierno, residencia imperial entre 1763 y 1917. Un portentoso ejemplo de barroco ruso, hoy convertido en Museo y que alberga los preciosos tesoros de la cultura y el arte universal. Más de 30 salas dedicadas al arte italiano. Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Tintoretto, Veronese, Tiepolo, Tiziano, cuyas obras se ven eclipsadas ante la magnificencia del propio edificio que nos recuerda, en no pocos momentos, al propio Vaticano.

El Ermitage, uno de los museos más ricos del mundo cuenta con más de tres millones de obras de arte, destacando también, entre otras muchas, su magnífica colección del arte francés representado por Renoir, Picasso, Matisse, Degas, Monet y otros.

Recta como una flecha, la Avenida Nevski, arteria principal de la ciudad por donde transitan constantemente miles de ciudadanos impecablemente vestidos y de elegante porte. Los edificios, a uno y otro lado de la avenida llaman la atención por su belleza y armonía, algunos de ellos con inequívocos detalles modernistas. A esta avenida la atraviesan varios ríos y canales por donde circulan los barcos. Los puentes, que se extienden sobre los canales resultan de gran atractivo para los turistas: rectos y “gibaldos”, enormes y de juguete, ligeros y monumentales. Tampoco faltan las más afamadas marcas en sus tiendas de lujo donde exhiben los más exquisitos productos.

La Isla Vasílievski, puerto marítimo de San Petesburgo, muy próximo al golfo de Finlandia y la principal arteria fluvial de la ciudad por donde fluye el río Neva. Los barcos amarrados o dispersos para transportar cargamento o para llevar a los turistas. La Catedral de la Virgen de Kazán, la vivienda museo de Alexander Pushkin, el Museo Ruso donde se albergan las más importantes obras del arte ruso, el Templo de la Resurrección de Cristo, símbolo nacional de la arquitectura rusa, la casa de Dostoievski y los recuerdos que afloran a la vieja y al atormentado Raskolnikov en Crímen y Castigo.

A orillas del Neva, la Fortaleza de Pedro y Pablo, núcleo que dio lugar a esta bella ciudad. La fortaleza fue fundada en mayo de 1703 por orden de Pedro I y diseñada por él mismo. En un principio sus murallas eran de tierra, antes de que se revistieran de piedra. El propio Pedro I y sus compañeros de lucha Ménshikov, Golovín, Narishkin, Zótov, Trubetskoi supervisaban la edificación de las obras. Seis revellines recibieron sus nombres. La Fortaleza es muy visitada, tanto por los sanpetesburgueses como por los turistas. Hoy, además, se puede disfrutar de una cuidada playa fluvial a orillas del río.

Son muchas las emociones y las sensaciones que se experimentan en esta ciudad donde sus gentes arrastran un pasado convulso, un pasado repleto de gloria y pesadumbre que han dejado una huella imborrable en sus semblantes.

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