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17 de septiembre de 2016

MONASTERIO DE MORERUELA (Zamora)








                                       
         “Uno de los primeros monasterios cistercienses edificados en la Península Ibérica.”

Historia
Fue a finales del siglo XI cuando la orden de los cluniacenses estaba en franca decadencia. Por ello, un  abad francés llamado Roberto de Molesmes decide fundar una nueva orden monástica católica reformada de la que, posteriormente, surgiría el Cister cuya filosofía era llevar una vida más austera que huyera de la suntuosidad, siempre decadente, para dedicarse a la oración y al trabajo.
Muy pronto, ese estilo de vida va calando en toda Europa contribuyendo a ello San Bernardo de Claraval. En España, en pleno fragor de expansión monástica, ya a mediados del siglo XII, se inicia la construcción de un monasterio por mediación de Ponce de Cabrera, que mandado por el Rey Alfonso VII, dona la villa de Moreruela a unos monjes los que, inmediatamente, se verían atraídos por las ideas de San Roberto y San Bernardo por lo que colgaron los hábitos  cluniacenses negros por los blancos de la orden del Cister, cambiando también la advocación de Santiago por la de María. Así se constituye el Monasterio de Santa María de Moreruela.
A partir de ese momento, la orden va ganando adeptos y recibe donaciones, ingresos económicos de reyes, nobles e incluso de campesinos, lo cual permitió realizar las sucesivas obras que se irían construyendo a lo largo de los siglos.
La iglesia y el claustro datan del siglo XII pero el monasterio tal y como era, fue remodelado en el siglo XVII. La decoración del edificio es escasa aunque se nota la transición del románico al gótico en algunos adornos florales y en la bóveda de crucería.
La vida de sus moradores
Los monjes blancos, así se les llamaba, acogían a los peregrinos que recorrían la Vía de la Plata en busca del Camino de Santiago, dándoles alivio, cobijo y descanso.
Entre los siglos XVI y XVII se levantó la Hospedería del Monasterio que además contaba con un hospital. Junto a la Hospedería se levantó un claustro al que se accedía por varias puertas. En una de ellas, en la puerta norte, se pueden ver algunas conchas evocadoras del Camino de Santiago.
Lo más espectacular, pese a todo lo imaginado, es la Iglesia y la Sala Capitular, los espacios donde se desarrollaban las actividades más importantes de los monjes. La Iglesia era el lugar de mayor importancia ya que a ella acudían los monjes,  siete veces al día,  para rezar. Aunque la iglesia tenía un marcado estilo románico tiene algún adorno del nuevo estilo que iba imperando, el gótico. La cabecera del templo es la parte más antigua del monasterio, del siglo XII. La capilla mayor se sustenta por ocho columnas muy esbeltas. El ábside es semicircular de donde parten seis absidiolos y en cada uno de ellos existía un altar. No sobraba ninguno de ellos pues eran muchos los benefactores de la orden fallecidos por lo que todos los días se decían misas y la orden no permitía celebrar más de dos en el mismo altar. 
Las bóvedas son de estilo gótico, con ojivas y algunos capiteles e imostolas estaban decorados con motivos vegetales.
Desde el exterior se divisa una extraordinaria vista de la cabecera, apreciándose con detalle la armoniosa superposición de niveles de los distintos motivos ornamentales entre los que llaman la atención los pequeños símbolos y marcas que iban dejando los canteros a medida que trabajaban la piedra. Era la forma de imprimir su firma, dejar su impronta.
Para bajar a la iglesia los monjes bajaban por una escalera que se comunicaba con sus aposentos. Frente a la escalera se hallaba la sacristía y frente a ésta la puerta que conducía al cementerio. En el lado opuesto a la cabecera se encontraba la puerta del pueblo que daba a una torre semicircular y a la puerta de conversos, por donde se accedía para realizar sus tareas. Era el ala de conversos. Éstos iban atraídos, bien por vocación o bien por un plato de comida y techo y realizaban las tareas más mundanas como la atención del ganado y de la granja. Se cree que había una reja en la mitad de la nave central  que dividía, para separarlos, a los monjes del pueblo.
Desde la iglesia se pasa a la sala capitular y al claustro. Estas dos estancias se encontraban orientados al norte por eso era la parte más fría del monasterio. En verano los monjes se paseaban por allí mientras rezaban sus oraciones o se sentaban en los bancos distribuidos por el recinto.
Era costumbre que se leyera en presencia del Abad, diariamente, los capítulos de la Regla, se discutían cuestiones referidas al monasterio o se hacían confesiones públicas. Todo ello era seguido con mucho respeto, a través de las  ventanas, por los conversos.
Sólo podían ser enterrados en el monasterio los abades y algún benefactor de la orden. Ello suponía todo un privilegio.
Destacaba el sistema de canalización que circulaba por todo el monasterio que vertía a un desagüe subterráneo parecido al que utilizaban en ciudades tan importantes como Dubrovnik en Croacia o La Valetta en Malta.
Había otras muchas dependencias, una de las más importantes era el locutorio donde el prior repartía cada día las tareas que cada monje debía realizar. Había también una estancia pequeña donde, se supone, se recluía a los monjes indisciplinados.  En otra sala había un pasaje por donde  se accedía a la huerta y allí era donde se limpiaba y engrasaba el calzado y también se cortaba el pelo. De este recinto se partía a la bodega, muy alargada, para que cupiera el lagar donde se hacían deliciosos vinos. Hay que decir que los monjes eran autosuficientes. No tenían necesidad de comprar nada.
La visita al monasterio se termina en el ala de los novicios, la cual pertenece al siglo XVII. Aquí pasaban gran parte del día los novicios, los que pretendían entrar en la orden.
En 1931, el Monasterio de Moreruela es declarado Monumento Nacional.

Datos de interés:
El monasterio de Moreruela, situado cerca de la Vía romana de la Plata, se encuentra cerca del río Esla, en la finca de la Guadaña, enclavada en el término municipal de la Granja de Moreruela en la provincia de Zamora (Castilla y León, España).
Los límites naturales de la zona son: al Norte, Breto y Riego del Camino; al Sur las Lagunas de Villafafila y al Oeste el río Esla. La comarca limita con el Valle de Vidriales y la Corona de Manganeses de la Polvorosa, zonas de abundantes vestigios asturianos, visigodos y tardorromanos. Al Noroeste, Sanabria, con el monasterio de San Martín de Castañeda. No lejos del monasterio, a unos seis kilómetros, se encuentran las ruinas medievales del castillo de Castrotorafe.
El valle dónde se encuentra ubicado el monasterio es fértil con gran abundancia de agua, al estar próximo al río Esla, y los terrenos que lo circundaban en otro tiempo eran pantanosos.

21 de abril de 2016

RUTA POR LOS "REALES SITIOS"











Desde tiempos inmemoriales hemos sabido que a los reyes les han gustado los deportes de la caza y de la pesca y, los monarcas españoles, han disfrutado de estas actividades desde que se instauraron las monarquías.

Son muchos los lugares, de norte a sur y de este a oeste, de la Península Ibérica, donde los reyes construyeron sendas, allanaron caminos y levantaron diferentes infraestructuras para conseguir que este deporte de la pesca facilitaran los accesos, no siempre fáciles, y poder asentarse junto a los ríos con comodidad, en rincones y vericuetos inverosímiles.

Vamos a adentrarnos en una ruta denominada: “Los Reales Sitios”, que debe su nombre, precisamente, a que el Rey Carlos III acostumbraba a pescar por estos lugares y decidió acondicionarlos para facilitar los accesos. Las diferentes actuaciones junto al río tuvieron lugar entre 1767 y 1769. Desde entonces se puede seguir el mismo recorrido que siguió el monarca a  lo largo de nueve kilómetros, desde el nacimiento del río Valsaín, o Eresma, donde vamos a ir descubriendo una suerte de represas, muretes, escalinatas y pesquerías, hasta llegar al embalse segoviano de Pontón Alto.

Lo primero que llama la atención es el esmero con el que están hechas las diferentes infraestructuras, integradas perfectamente en el paisaje y sin romper la armonía del entorno. A veces, las propias raíces de los árboles, en perfecta simbiosis con la tierra,  fijan el firme de los senderos facilitando el paso sin que se haya tenido que recurrir al cemento y a otros  materiales artificiales como ocurre en muchas márgenes de los ríos de España. Todo, a la vista, es naturaleza.

Las aguas del río descienden bravías entre rocas gigantes o se desparraman por valles abiertos donde abundan las grandes praderas y los exuberantes bosques de pinos, mientras se pueden contemplar las cimas de la Sierra de Guadarrama con el Pico de Peñalara. Más adelante nos encontraremos con el Puente de los Canales, construido en el siglo XVI en tiempos de Felipe II, en piedra de sillería. Son 27 pilares los que sujetan el canal de madera. Esta construcción es de una belleza espectacular. Sirvió para canalizar el agua desde el arroyo Peñalara hasta el Palacio de Valsaín y llama la atención, en la pieza central del arco, el águila bicéfala, escudo imperial de Carlos V.

El tiempo va transcurriendo placenteramente sorteando pequeños quiebros o recovecos que el agua ha ido conformando a lo largo del tiempo y que, caprichosa, gira a la derecha o a la izquierda, se empina por algún repecho o baja en gráciles  cascadas. A nuestro  paso, algunos caballos pastan apaciblemente, ajenos a los murmullos de los que invaden su hábitat.

El camino va mostrando las huellas de épocas pretéritas donde la monarquía fue dejando su impronta. Sobre una roca granítica, una corona real, tallada, donde aparece la fecha de 1768 y el sello real de Carlos III. Se encuentra en el tramo comprendido entre los Asientos y la Boca del Asno.

Concluye el recorrido, tras doce kilómetros de marcha, en la Granja, un lugar visitado constantemente por los madrileños y por los miles de turistas que llegan a diario para disfrutar de la ciudad, de los magníficos jardines y de sus estatuas, románticas y bellísimas, donde los arquitectos de la época y los diferentes artistas dejaron, para la posteridad, espectaculares edificios señoriales de gran belleza.

Destaca, sobre todo, el Palacio Real de San Ildefonso, un edificio que sufrió numerosos incendios y reconstrucciones hasta que se construyó uno nuevo, del gusto de la dinastía borbónica, cuando llegó al trono de España.

Otra de las visitas obligadas es a la Real Fábrica del vidrio donde se fabricaron las vajillas y cristalerías con las que se dotaba a las casas reales y que exportaban a otras casas reales de Europa por la belleza con la que estaban realizadas. Todavía utilizan la técnica del soplado y son muchas las piezas que se siguen fabricando y que se exportan a todas las partes del mundo.

Una ruta recomendable que se remata con el descanso obligado en esta bella localidad de La Granja de San Ildefonso para disfrutar de su belleza, de su arquitectura, de sus monumentos, de su gastronomía y para recrearse en su pasado histórico.

15 de febrero de 2016

Crucero por el Mediterráneo

 La Valleta (Malta)
Nápoles
 Roma
 Túnez
 En Taormina
Una calle de Taormina
Teatro romano, Túnez


El barco zarpó desde Barcelona. Navegamos toda la noche y durante todo el siguiente día hasta llegar a Túnez. Para entonces, gran parte del pasaje nos habíamos conocido. La primera sorpresa es el ambiente familiar pues son muchas las familias que reúnen dos y tres generaciones: abuelos, hijos, nietos. Algunos de estos grupos reunían veinte o más miembros para celebrar bodas de oro, cumpleaños o, simplemente, reuniones en alta mar por el placer de viajar. Algunas parejas de recién casados son también protagonistas del pasaje.

Primer desembarque en Túnez, un lugar que fue dominado por los fenicios antes que por los romanos. Cartago, piedra sobre piedra, ruinas milenarias, muestran algunos recuerdos de gran calado como el anfiteatro, El Djem, el mejor conservado del mundo.
La mirada se desliza por los inteligentes sistemas de regadío romanos, todavía en uso. Los paseos por la empinada ciudad ofrecen la belleza del contraste del blanco y el azul: cielo, mar, puertas y ventanas azules resaltan sobre el encalado de las paredes de las casas tunecinas. En los cafetines, dispersos sobre las terrazas del terreno, se llenan de aromas de las pipas de agua. El milenario zoco recuerda a tantos otros zocos del vecino Mediterráneo. Túnez fue un importante destino turístico. Ahora sufre los lances del terrorismo islamista...

El barco hace su segunda escala en Malta, un país de 316 kilómetros cuadrados hecho de piedra caliza blanca, donde los antiguos habitantes abrieron cavernas para cobijarse. Hoy, todavía, se extraen piedras de sus canteras para completar la configuración de su construcción llena de belleza y armonía. La cultura megalítica en la Edad del Bronce, dejó numerosos templos que no tienen precedentes en el Mediterráneo. La Valletta nos cobijó hasta las ocho de la tarde, hora en que partía el barco rumbo a Messina en la isla de Sicilia. La navegación nocturna y la imaginación nos llevan a las películas italianas en las que se veían a las familias sicilianas que se amaban y odiaban al mismo tiempo. Rencillas que se resolvían en entierros, también en bodas o en bautizos. Encuentros y desencuentros, al fin.

Tras un recorrido de cuarenta minutos en tren, se llega a la bella y romántica ciudad de Taormina que está situada sobre el nivel del mar a más de 200 metros. Con algo más de diez mil habitantes, Taormina se muestra a los turistas sin pudor. Se encuentra en el límite de la provincia de Catania y se extiende por el monte Tauro, un balcón sobre el mar y frente al volcán Etna. Su nombre viene del griego, Tauromenion.

Tiene un centro turístico muy importante ya que el refinamiento por el arte italiano
está presente en las fachadas de los edificios, en los escaparates donde se exhiben los más exquisitos elementos que se aprecian en los mínimos detalles. Pero la mirada se distrae hacia la escarpada costa donde se exhiben las más bellas mansiones –algunas de los capos más famosos- .También se ven algunas construcciones semiderruidas que demuestran que la mafia siciliana es tan añeja como la propia isla. Nos dicen que en Sicilia no se puede pronunciar nunca la frese “no existe”. Trae mala suerte. No supimos descifrarlo.

Un clima templado confiere  a Taormina  una exuberante vegetación floral que explota en balcones, ventanas, escaparates. Todo es colorista y primaveral.

Mientras recorríamos el teatro de Taormina, también conocido como Teatro griego o greco-romano  nos sorprendió  un violento aguacero que hizo que corriéramos a refugiarnos en el foso. La situación privilegiada del teatro  permite contemplar la localidad de Giardini-Naxos y el volcán Etna.

Aunque el teatro se construyó en época helenística, se reconstruyó en tiempos de la dominación romana. Lo utilizaban para la lucha de gladiadores.

Nuestro próximo destino Nápoles y nuestra primera visita a la ciudad de Pompeya y descubrir cómo vivían los primeros moradores: cómo se organizaban, cómo comerciaban los pompeyanos hace más de mil quinientos años. Muchas inscripciones talladas en las piedras nos descubren palabras que utilizamos en nuestra actual lengua. Muchas relacionadas con el sexo o la prostitución.

Más tarde nos dirigimos, en otra embarcación, a la isla de Capri, pero  antes, desde un funicular, pudimos extasiarnos al mirar la costa de Sorrento izada sobre un bellísimo promontorio rocoso que nos hizo comprender el motivo por el que Capri es elegida por tantos italianos y tantos europeos llegados de lugares más fríos. La bonanza del clima, la vegetación, la belleza, en suma, de toda la isla, además de la riqueza arqueológica de ruinas griegas y romanas completan la feliz estancia de los que allí arriban. La hora del almuerzo al borde del mar para degustar los exquisitos platos italianos a base de espaguetis y lasañas. A un lado los famosos “fararlionis” tantas veces fotografiados, al otro la “Grotta Azzurra”. Por encima de nuestras cabezas la pequeña iglesia de San Andrea, invitaba a la oración y al silencio.

El barco se alejaba de Nápoles mientras algunas de sus cúpulas se iban perfilando en el horizonte. El sol enrojecido descubre una bellísima puesta de sol y el jacuzzi, en cubierta, funcionando a todo rendimiento. Por la noche, la penúltima cena. De gala y acompañados del Capitán. Los platos, como siempre, exquisitos, de primerísima calidad e impecable elaboración.

Por fin, la Ciudad Eterna, Roma, último destino de nuestro periplo marítimo. Al llegar a la estación de Civitavecchia, mientras esperábamos al tren, más de doscientos soldados, perfectamente uniformados, atravesaban el hall de la estación. Eran tan jóvenes que apenas les había crecido la barba. Los trajes de camuflaje, los cascos y los fusiles nos indicaron que les esperaban misiones imposibles.

La Plaza de San Pedro, por fin. Una inmensa tarima de madera estaba preparada para acoger a miles de fieles que querían estar presentes para asistir a los actos religiosos de Su Santidad. Era Viernes Santo. En el interior del Vaticano, siete kilómetros de galerías nos conducían inmersos y extasiados ante la contemplación de tanto arte para desembocar en la  Capilla Sixtina de Miguel Ángel. Indescriptible el momento. No se concibe tal profusión de belleza. Al salir, un hermoso jardín nos volvió a la realidad. Un vigilante nos señaló un rótulo donde se veían figuras en posición horizontal atravesadas por una tachadura. Sentarse sin tumbarse, ésa era la cuestión. En mi retina se confundían el Apolo de Velvedere, el Laocoonte, el Torso de Hércules…Las pinturas, las figuras, los más maravillosos objetos de porcelana o bronce hacen sentir un síndrome del arte difícil de definir.

Tras dos jornadas de navegación donde hubo tiempo para las despedidas y el intercambio de tarjetas llegamos a Barcelona. Atrás quedaban ya los gratos momentos del desayuno entre nuevos amigos donde un suculento bufet invitaba a llenar nuestros platos de los más diversos manjares. Atrás quedaron las conversaciones con los compañeros de mesa: los amigos de Valencia, de Madrid, de Vigo o de Sevilla. Atrás quedaron las noches de baile y atracciones, de juegos y de magia.

Un crucero es siempre recomendable: por el Mediterráneo, por las Islas griegas, por los Países Bálticos, por los Países Escandinavos….un crucero garantiza lo que cualquier viajero anhela para sus vacaciones porque nunca se verá decepcionado.




7 de noviembre de 2015

GOSLAR, EN LA BAJA SAJONIA ALEMANA











Goslar, Alemania, es la antigua capital imperial, a camino entre Hannover y Leipizig. Situada al pie del macizo de Harz, fue famosa por sus minas de plata y cobre, las que dieron vida y riqueza a la ciudad hasta bien entrado el siglo XX. Goslar pertenece a la Baja Sajonia y la cruza el río Gose. Sus minas fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1.992.

La ciudad de Goslar está  rodeada de bosques jardines y la protegen murallas flanqueadas por torres. Destaca la plaza del mercado que se caracteriza por una fuente con pilas superpuestas y que se remonta a la época imperial. Sus calles y callejones estrechos y perfectamente conservados constituyen una visión medieval de gran belleza característica de los siglos XV y XVI y que vamos apreciando a medida que recorremos sus calles empedradas, los pequeños canales y las casas con entramados de madera que se conservan exactamente igual desde hace más de quinientos años.

Llaman la atención, a nuestro paso, algunos edificios como el castillo, del siglo XI, el Ayuntamiento del XV, el hotel Kaiserworth abierto desde 1494, lo que lo convierte en uno de los hoteles más antiguos del mundo, o el hospicio de St. Anne, activo desde 1498. Y así, vamos descubriendo iglesias,  exquisitos rincones que captan inmediatamente la atención del viajero como la Capilla de San Ulrico.


Pero no sólo el pueblo es histórico. Muy próximo se encuentran las minas de Rammelsberg, que estuvieron en funcionamiento durante más de 1000 años hasta su cierre en 1988. En 1992, las minas  fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad, y es cuando se inicia la reconversión en una atracción turística y hoy en día constituyen una visita muy interesante, ya que se pueden ver réplicas de las herramientas y mecanismos utilizados para extraer el mineral a lo largo de los siglos.

La actividad de estas minas comienza en el siglo X y no culminaría hasta  1988. A principios del siglo XI, el emperador Enrique II, atraído por la riqueza de la zona manda construir el palacio al pie del Rammelsberg desarrollándose la actividad de la ciudad en torno a este palacio donde se van construyendo iglesias, capillas y fuentes que van  configurando el aspecto de la ciudad hasta llegar a ser la sede de la principal residencia del Sacro Imperio Germánico.

El apogeo de Goslar se sitúa en torno a 1450 y siglo y medio después se restaura el ayuntamiento y se reconstruyen fortificaciones y diferentes casas con el típico entramado de madera. En 1552 el ducado de Brunswick se apodera de Rammelsberg hasta que las minas pasan a Prusia en 1886.

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En la actualidad, Goslar es una ciudad donde acoge un turismo de élite que gusta de apreciar una arquitectura un tanto ecléctica, donde el  románico, el gótico, el renacentista o el barroco confieren armonía y originalidad al conjunto que se nos muestra como un museo al aire libre.

Goslar recibe un turismo de élite que disfruta recorriendo tanto sus calles como los alrededores, bellísimos y pintorescos. Existen restaurantes de gran tipismo donde se sirven los más exquisitos platos de la rica gastronomía alemana, así como de los excelentes vinos y cervezas sin olvidarnos de una repostería muy variada. En Goslar, como en toda Alemania se sirven variedad de licores artesanales realizados con cerezas, ciruelas y un sinfín de  frutos de temperada.

La ciudad cuenta con unos 40.000 habitantes, y éstos, al igual que el resto de los alemanes son los primeros en proteger, mimar, conservar y cuidar su rico patrimonio del que se sienten orgullosos.  


31 de enero de 2014

Vicenza en el Véneto (ITALIA)

Basílica Palladiana

 Villa Capra

 Villa Cordellina
Villa Balmarana
 José Luís Pecker y Matilde, entrañables amigos, desaparecidos, posando en el centro de Vicenza
Ana y Silvia



Llegamos a      Vicenza cuando caía la tarde y el sol doraba villas y palacios. Una sensación, casi mágica, envolvía el ambiente ambarino del atardecer mientras las hermosas columnas dóricas, jónicas o corintias que embellecen muchas de las fachadas de los edificios, alargaban su sombra en un intento de prolongar la luz solar que se extinguía por momentos.

La misma calma que envolvía a la ciudad parecían tener los transeúntes que caminaban por las calles en aquella hora crepuscular. Un cúmulo de perfección, orden, armonía y belleza imprimía carácter a la ciudad.

Y fue Vicenza, en la región del Veneto,  la primera ciudad que me descubrió Italia hace ya algunos años en mi primer Congreso de FEPET y allí me percaté de que esta ciudad es diferente a otras ciudades italianas mucho más famosas y conocidas y que rompía con todos los tópicos de la vieja Italia, porque en Vicenza todo es mesura y pulcritud, silencio y seriedad, nada que ver con ese bullicio de esas otras ciudades como Roma, Milán, Nápoles o Florencia, atestadas de turismo por doquier.

Decían los griegos que la armonía es la medida de todas las cosas y la armonía ha de interpretarse como paradigma de belleza. Y fueron, precisamente, los griegos, con su arte y su filosofía, los que influyeron para siempre en el ánimo del joven  arquitecto Andrea Palladio quien, bajo el mando del Conde Trissino, fue el encargado de diseñar la arquitectura de las villas y edificios palladianos, todos ellos Patrimonio de la Humanidad para orgullo de los vicentinos en particular y de los italianos en general.

En Vicenza fue donde se inició este gran arquitecto como profesional y en la mejor e inspirada época de su vida cuando todavía estaban muy presentes en él toda la filosofía de la Grecia Clásica cuando la veneración por la perfección y la armonía convertía en máxima cualquier intento creativo y perdurable a través de los siglos. Desde hace 400 años el arte de Paladio se plasmó en la provincia de Vicenza, en el mismo “Cuore del Véneto” y desde entonces arquitectos de todo el mundo han viajado a Vicenza para contemplar esa armonía de líneas y de formas que confiere a todas las villas vicentinas que se encuentran repartidas por el Véneto.

La Basílica Palladiana en el centro de Vicenza, es el punto de encuentro y lugar de representaciones populares. El Teatro Olímpico, maravilla del mundo, roza el límite de la sublime perfección. Las bellísimas Villa Trissino Tettenero, Villa Caldogno, Villa Valmarana entre  otras, conforman una sinfonía arquitectónica que hace, en su conjunto, un lujo que se extiende y embellece tanto en la campiña como en la ciudad. Una visión inenarrable que trasciende la natural contemplación. Todo ello es, solamente, una pequeña muestra de toda la arquitectura que se puede encontrar y admirar en esta provincia privilegiada que disfruta de un envidiable nivel de vida al que aspira toda Italia, al “Modelo Véneto”.

Muchas de estas villas palladianas que, otrora fueran residencias veraniegas de antiguos nobles y aristócratas, en la actualidad, abren sus puertas y se ofrecen generosamente en las noches de estío o en las espléndidas primaveras cuando los cerezos adornan con su encaje blanco la campiña para ofrecer espectaculares “conccerti in villa” donde los violines o las trompetas, junto a los demás instrumentos, interpretan a Mozart, Hendel, Brahms, Tchaikovsky  y otros compositores,  para deleite de los espectadores. Un ambiente donde la luna, las estrellas, los cerezos y el ánimo de los asistentes hacen el resto.

Pero no sólo es el arte, la música o el ambiente lo que más atrae de Vicenza. Es también su industria que se traduce en excelentes productos de primera calidad como son los muebles, los tejidos, la metalurgia ligera o pesada, la orfebrería.

El sector agroalimentario podría calificarse de exuberante, tal es la variedad que se ofrece a los ojos  y al paladar. Desde las ya citadas cerezas marosticanas, extraordinarias, los espárragos blancos, deliciosos, cocinados de las mil maneras posibles, el orujo o las famosas grapas, los vinos en general, los quesos, envidiados en toda Italia, hasta las fritadas de pescados y mariscos, el bacalao, las multicolores pastas, sencillas y diferentes, todo ello, es solamente una parte de lo mucho que ofrece este sector y que sería imposible de relacionar aquí.

Y también merece un destacado lugar el sector textil que ocupa un privilegiado lugar en la confección porque, no en vano, en Vicenza se fabrican todas las prendas de los más afamados diseñadores europeos que triunfan en los mercados internacionales. La saneada economía de Vicenza no lo es por casualidad, sino por un compendio de actividades que se cuidan con rigor y profesionalidad. La artesanía es un buen ejemplo de ello y se tiene muy presente a la hora de sacar cualquier pieza al mercado. La belleza es una constante en Italia y el Véneto un lujoso escaparate. Hay que reconocer  la “vena” artística del italiano porque ni la improvisación ni el azar tienen nada que hacer en la forma de trabajar de estos artesanos de lujo.

Vivir para soñar en el Véneto.